1 de junio de 2006

PRESENTACIÓN

Cierto que hace tiempo que no publico libro de poesía. Sí, doy a luz, en esta o aquella revista, algún poema, selección, antología. Saqué homenaje poético al pintor y paisano Gerardo Ramos Gucemas, que llamé Tarjetario GRG… Cierto que ando trabajando sobre, en, entre, desde, por, para la magna antología dexados, SAL (Sociedad Anónima Limitada), peliaguda empresa de mis desvelos poéticos, investigadores y lúdicos de últimos años, sobre poetas casi desconocidos y de una calidad suprema. Ignorada por las altas instancias académicas y de mercado editorial, asimismo como de ese cenagoso mundo de los premios y otras reyertas. Razón principal de mis inquietudes es que repudio las antologías. En los pasados veinte años se acumularon proyectos de poemarios, en los que trabajé. Algunos he perfilado, terminado y archivado, aunque siempre vuelvo sobre ellos, con esa enfermiza manía que tenemos los poetas de perfección, retoque y demás, que supo bien Virgilio, no terminando nunca su Eneida. Son como siete libros los que doy por finados. Consciente de que el Mercado no necesita productos como los míos, entre otras cosas porque no son productos. En justa réplica, también he de decir, que no necesito del Mercado para poner en valor, o conocimiento, mi poesía, o sea: premios, ser el mejor, tener fama y ganar triunfos, reconocimientos o poltronas políticas, afines y asimiladas prebendas del pasado y de poetas de garrafón, que ejercen por el mérito, el triunfo y la gloria, cuando no por el garbanzo o dineros. Son afanes que no tuvo a gala darme el cielo. Eso está bien para los colacaos o refrescos; el fútbol, como ideología de la estupidez; pero no para un arte como la poesía. Reducir todo a producto de supermercado me parece desquiciado, inquietantemente terrorista. Sobre todo el fruto del intelecto o espíritu (no en su sentido religioso).
En estos años he tenido intervenciones, algunas publicadas, en esa línea, en la que uno pregunta, con demasiada angustia, si merece la pena seguir escribiendo poesía, y para quiénes. Vivimos en una sociedad perversamente descuajaringada. Y no lo digo en el alarmista tono de predicador o moralista. Allá cada cual con el caos, con su caos o su cacao. Pero un poeta ha de establecer valores, ética, pasión y visión de lo que debe ser. En todo ámbito, en toda vida. Este poeta lo hizo. Y no supone que tengan que comulgarle con sus ruedas de molinos. No. Quedo claro que dejo el mundo rodar. Este poeta se dedica a cultivar su huerto. Que es suyo y necesita cultivo. No lo digo con humildad, sino en afán de superar ignorancias, miedos y odios.
Dije que tengo como siete poemarios terminados. El orden de publicación debería haber ido desde el anterior, en el tiempo como parámetro, hasta el último. Sin embargo, en esa ética, mínima en todos los detalles, el poeta ha querido iniciar la publicación de su obra con el último poemario acabado en el tiempo: El alto vuelo del gato. Con el que le ha traído trabajando los ocho últimos meses, partiendo del germen iniciado hace cosa de casi dos años. Redescubrió la fuerza formal de la décima, disciplina formal libremente elegida, que obliga a trabajarse las palabras, una de nuestras estrofas originales en castellano. La fuerza que le daba su disposición de palabras, rima, ritmo, medida… En fin, lo que constituye el arte poético de los orígenes. La relectura de los maestros, en ese tipo de estrofa, resultó un humilde aprendizaje, al que no son dados los sabios poetas de hoy, bien porque nacen sabiendo, o porque tienen un bolígrafo y una libreta, o asisten a cualquier taller literario, espectacular cuchitril hecho a imitación de operaciones triunfo, para gente aburrida o con pretensiones de fama y abolengo, que salva sea la parte de gente con buena fe que los frecuenta y aprende algo. O aquellos aguerridos vates que leen, con denuedo y fervor, malas traducciones de poetas en otras lenguas (especialmente inglés), que son importantes por ser terribles, malditos, salvajes, indecentes y/o similares atributos. Pero muy malos poetas.
Pero hablemos de El alto vuelo del gato. Es zarpazo de gato con el pelo crespo y cola erecta. Ese gato soy yo. Y zarpazo va dirigido, con las cinco uñas, a todo aquello que encanalla el mundo presente. Hacia toda esa ignorancia nunca superada, esos odios que crean tanta maldad y daño, y esos miedos que impiden la libertad de seres humanos. Espero que la metáfora no ofenda, ya que es juego y artificio. Sí, es una poesía más que social. Es la poesía-arañazo en la vena de lo que potencia la ignorancia, miedos y odios. Sé que otros lo hicieron antes y el mundo ha cambiado poco. En fin, los médicos también saben que moriremos, sin embargo procuran curarnos y paliar los males, se afanan e investigan en ello… Mi poesía no es comunicación, Para un poeta es tan absurdo, inútil y torpe decirle que la lengua es comunicación, o sirve de comunicación, como a un pintor susurrarle que los colores son para señalar el tráfico, o pintar las paredes, puertas, objetos; o a un músico que los sonidos son para avisar, con el claxon, a la gente desde los autos.
Si uno mira alrededor, si es lector de poesía diversa y esta formado e informado, rápidamente testimonia que la crítica, el humor, la sátira y la impostura, en todas sus manifestaciones literarias, no existen. Estos poemas quieren entroncar con la veta brava de la poesía española. Venero que está en poemas medievales, cancioneros, recorre al Arcipreste de Hita, recala en el Cancionero de Obras de Burlas Provocantes a Risa, forma parte entrañable de casi todos los poetas del los llamados siglos de oro, se adocena un poco en el siglo XVIII, se entibia en el siglo XIX ,y rebrota en figuras señeras del siglo XX, como Valle-Inclán, Alberti, está latente en muchos poemas de Cernuda, con intensa ironía, aparece en Ángel González o Jaime Gil de Biedma… Toma la décima como forma de tradición burlesca, en el llamado siglo de oro, y sus cultivadores: Góngora, Villamediana, Francisco de la Torre, Cervantes…
He querido ser intencionadamente ripioso en no pocas de las 400 décimas que forman el libro, si por ripioso se entiende la búsqueda de la musicalidad burlesca sobre el tema tratado. Porque considero esta poesía burlesca en grado supino. He querido así, que la forma exprese intención de fondo.
Forma también este poemario parte del tipo de ejercicios que acostumbro hacer. Consiste en trabajar unas formas hasta el infinito, o lo exhausto, explorando todas sus posibilidades, peleándome con palabras a brazo partido, y en abrazo compartido amarlas, odiarlas, como un gato panzarriba…
El pío lector verá que los poemas son externos. Con ello quiero decir que no pertenecen a eso que entienden como la lírica de los sentimientos, la sensiblería, o la lírica del yoyó, siempre tan egoísta, donde el poeta suele ser ramplón, y altamente sinsentido, en la contemplación de su ombligo en el mundo, cuando no de ensimismamiento enfermizo, autista e intrascendente. Que se comprende cuando es huida del terror del exterior, o del infierno de los otros. Pero casi nunca es así, sino de una deplorable endogamia. Aunque eso de los sentimientos parezca tan elevado. Un poeta y su poesía deben despertar, arder, levantar sentimientos, conmociones, emotividades, pasiones, sensaciones, impresiones, emociones, percepciones, evocaciones, disposiciones, temples y estados de ánimos, pensamientos, fuegos e incluso arañazos gatunos en los otros, sus lectores, que son otros poetas, al leerle. Jamás irles con sus cantinelas, falsamente espirituales, que son más bien objeto de reclinatorio de sicólogo, cuando no pedorrería de tertulia marujona, o corrillo de jugadores de naipes en un bar de barrio, o charla de empingorotados poetas mediáticos y transcendentes del espectáculo circense de los medios dedicados a comer el coco, y dar la caca, y marcar el gusto del personal, para que consuma en supermercado editorial.
Las décimas que se presentan en este libro son a especie de danza de la muerte, medieval, que también era danza de la burla, de la risa y de la vida. Los protagonistas, de esa rueda de la fortuna mortal y vital, son: el propio autor, los trepas, los chaqueteros, los consumistas, enchufados, pesebreros, alcagüetes, poltroneros, y toda esa fauna de competidores por encima de la dignidad humana y contra toda dignidad, libertad y derechos o deberes. Esos hombres que se vuelven lobos, o bobos, que depende de lo que acuerden o hasta dónde aguanten. Pongo especial empeño en zaherir y ningunear aquellas formas de morir, y de matar, con las que el poder se expresa: políticos, jueces, funcionarios diversos de porra, en el oficio de dominar y de dictar, de coartar libertades de otros para negocio de la suyas. Confieso que no tengo piedad para esos terribles y terroríficos, amén de terroristas, oficios de oscuridades. Lamento que, a veces, los ocupen personas respetables, por claro error en sus vidas, o vesania de sus obligaciones. Evidente, al tenor de cómo va el mundo. Pienso que toda crítica a los poderosos es poca. Tengo delicadeza de no dar nombres propios, pues los propios son de cada uno muy suyo, y por respeto a todo lo que ostente poder. Si acaso esos nombres propios me han servido para coger lo común que contenían: la perversidad intrínseca de todo poder, la condición humana del infierno. Pretende el decimario ser denuncia universal y burla del mundo circundante, que, como noria, nos pretende manipular, marcar, medir, acomodar, ahormar, convencer, adoctrinar y vencer sin convicciones.
Seguro que el lector imparcial observará el alto sentido espiritual que pretende el poemario, en ese sentido de que el espíritu ha de ser ira, no mansedumbre ni componenda, terror ha de traer, y ha de soplar como destrucción y radicalidad, según confiesa, y comulga, uno de nuestros escritores más lúcidos de los últimos tiempos, mi admirado Miguel Espinosa, nunca suficientemente agradecido.
La creación de poesía satírica y burlesca siempre ha llevado a la creación, o recreación, de léxico, creación idiomática, que dice Dámaso Alonso. En mi brutal, hiperbólica y gatuna plasmación de vida bullente, he echado manos a palabras llamadas malsonantes por los cínicos y leguleyos, por los hipócritas y los interesados. También he usado, sin tasa, frases hechas para deshacerlas, refranes, he troquelado palabras y las he cincelado, cuando no las he golpeado con una piedra berroqueña o pulido con piedra pómez. He usado la lengua para arañar, morder, acariciar, romper los cocos, limpiar la caca, despertar, vivir, arder, incendiar… Es un poemario de mezcla temática, unido sólo por la estructura de la décima o espinela, en todos sus juegos posibles, hasta de versos de once sílabas o mezcla de ocho y once, versos blancos, de pie truncado, etc. Algunos poemas son imprecaciones, insultos, críticas políticas y sociales, panfletos en verso, pintadas en los retretes de los retratos públicos, otros reflexiones filosóficas, morales, políticas o sociológicas, literarias, escatológicas en todos los sentidos… Algunas décimas son experimentales o simplemente lúdicas. Finalmente dejo un faceta de ludópata verbal, que desarrollaré en otro poemario, usando la décima, y que aquí pergueño en primicia.
Siempre he tenido la impresión de que cada poemario fue escrito por una persona que fui en el momento de su escritura. Y es cierto, en el sentido del todo fluye heraclitiano, y no menos en la poesía, que en puridad significa dar vueltas, repetir, rimar, como decían los primitivos poetas en castellano. Quiero decir que cuando escribo soy otro, un perfecto actor, un farsante en clave no peyorativa del término, que escribe y crea algo diferente a lo que ya hizo, a lo que hace y a lo que hará. No estoy trayendo acá la cita de Pessoa de que el poeta es un fingidor. Voy a otra cosa. Por lo tanto siempre me ha asaltado la manía de inventarme otro nombre para el autor de cada libro. Para marcar, definitivo, algo que soy con un nombre claro, que no me corresponde, si hemos de creer a Heráclito. Nunca lo hago a la hora de publicar el poemario porque adivino, en el lector, que sepa que fui otro en el momento de la escritura de esos poemas, que dejó de existir y, tal vez, casi nada tenga que ver con el que soy ahora, o seré después. Será el lector el que, al tiempo de leer los poemas, los recree, se recree, y, por tanto, también será el poeta que los vuelva a hacer, o simplemente habría invocado un fantasma. Por lo que me exculpo de cualquier efecto secundario, no deseado, que el propio poema, o su lectura, pudiera tener para esos lectores. Yo no soy su autor.
También hemos de considerar que la más importante creación de cualquier escritor es su propia figura como creador, no de cara a la galería de los medios, la publicidad, la fama o el estéril espectáculo circense de los monos del Mercado. No, me refiero a que su obra estará más lograda en tanto sea más creíble como creador, como escritor. No importa que no publique, que no tenga fama ni lectores, incluso que no tenga obra. Lo importante es el ser, el ser escritor, claro.
En cuanto a los destinatarios de las mofas, críticas y burlas de los poemas, hemos de considerar que si en la Edad Media eran los clérigos los criticados por sus abusos, por su poder abusivo y arbitrario… Y que todo poder lo es. Hoy ese lugar lo ocupan los políticos que son la cara que le vemos, con el adorno de periodistas, jueces, funcionarios diversos… Estando en la cúspide de la pirámide esos señores a los que jamás veremos, aposentados en el Dinero, el Mercado y el Capital, y que manejan las marionetas. Alguien los llama el quinto poder. Por lo tanto es un deber con la tradición y con la verdad de la literatura, seguir mofándose de los clérigos encarnados en todo ese cúmulo de leguleyos del poder, en esos idolátricos del mando.
Pude haber escrito, como otros poetas, un libro de elegías, o de odas a la buena vida, el sexo, o el septo u octavo, los amores y gozos, o de metafísica de los objetos y sujetos, etc., más en consonancia con lo correcto de los caminos trillados y sendas de aborregados líricos. Opté, en cambio, por escribir estos poemas irónicos algunos, sarcásticos los más, ácidos todos, críticos y burlescos, no temiendo al ripio ni tampoco buscando el circo del humor barato de la tele, teleles y otras desgracias. Tampoco hui expresiones temidas por poetas correctos, desde lo panfletario a lo vulgar. He tratado de hacer poesía, esto es, arte usando la lengua en todos sus registros y riquezas, las palabras de una lengua, como la castellana, rica, moldeable, patria única del poeta. Agotar su sentido del juego y del humor, a veces de un malhumorado. Queden así bien advertidos los cuerpos sensibleros, enclenques almas o sumamente refinadas, al entender que si acometen la lectura de este poemario pueden verse heridos en sus extremo sentido estético, tal vez trasnochado, al contener demagogia, panfleto, ripios y demás incorrecciones, y otros usos poco acordes con lo correcto, según marcan los modos y modas, impuestos por los secuaces de lo político, situados en editoriales, premios, teles, cargos, revistas o cualquier medio usado para imponer el derrumbe de la libertad de creación, expresión y difusión de la amplitud del espíritu humano.
Trabajar mentalmente, vitalmente, con una forma poética consagrada, como la décima, lleva a enriquecer muchísimo las percepciones de la lengua, sus posibilidades. Por ello es muy conveniente cultivarlas. Da libertad al creador y a lo que hace, su poesía.
No se olvide que con el humor va siempre emparejada, o aparejada, una enorme tragedia (post festum, pestum), melancolía o ese tono elegíaco, que eligen la mayoría de los poetas de hoy, tan de falsete, tan falso, tanto desde el punto de vista artístico como desde el ético, referido a lo que debe ser, claro.
No nos llamemos a engaño. Soy poeta por mucho que lo disimule. No planteo si bueno, malo, tuerto, manco o ciego. Tengo ese don que el cielo no tuvo a bien conceder a Cervantes, según él mismo dice, suponemos que con ironía. Durante más de veinte años he tratado de zafarme de ese destino, no publicando casi nada. Demasiado para la vida cabal de un hombre. A partir de ahora afronto mi sino: Soy poeta y ahí va mi expresión. Ser poeta es ser artista con una lengua concreta que se usa en la vida corriente, repito machacón. En este caso el castellano, español o como se llame. Tal arte debe ser libre. Como debiera ser la vida y hasta la muerte: libres.
El avezado lector podrá ver números de llamadas para notas, en algunos poemas, situadas al final del libro. Son aclaraciones necesarias, variantes posibles y versiones diferentes. Le invito, con eso, a que ejerza las suyas en lo que crea mejorable o diferente. Gracias.
Inicio, con este volumen, la publicación de la serie de poemarios escritos y terminados. Lo haré en sentido de ir atrás en el tiempo. Por eso comienzo con éste, el último.
Este libro se inició la noche de san Juan de 2003. Activándose durante al año siguiente, sobre todo a partir de septiembre, siendo escrito en Llerena y Zaragoza, hasta principios de 2005. Muchos poemas fueron publicados en medios diversos: desde revistas de Carnaval, literarias, diarios, o internet (elpollourbano.net).
Poco más sino desear una ventura gozosa con la lectura del presente libro, que leerán impunemente. Se aceptan reconvenciones, avaladas por criterios, y jamás provenientes de creencias, opiniones o gustos, propias de valores de supermercados y otras gaitas de mercachifles consumistas, e ignorantes diversos. Para nuestra salud.
Dedico este libro a todos los que hacen posible elpollourbano.net, en especial a Dionisio Sánchez, que la salud y la alegría no les cansen jamás. Vale.

Agustín Romero Barroso

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